viernes, junio 27, 2008

Amor, odio y lucha de clases

Manuel Moncada Fonseca

Esclavismo, feudalismo y capitalismo

Fuera de la ideología dominante, que hablaba de la división de la sociedad en ricos y pobres a partir de la “voluntad divina”, durante la esclavitud y el feudalismo se practicó una explotación franca, inocultable, sin metamorfoseo, toda vez que, en estas formaciones socio-económicas, la forma de reclutar mano de obra se operó como coacción extraeconómica; es decir, por la fuerza, al grado que, en el primero de estos sistemas, al explotado se le estimaba parte del patrimonio del explotador (fuera éste individual o colectivo) y, en el segundo, aunque el oprimido ya no era considerado propiedad privada, se le sujetaba a la tierra (gleba) y, por tanto, al dueño de la misma; por ello, al cambiar éste, los siervos de la gleba cambiaban de señor.

¿Se puede sospechar que dominara el sentimiento del amor entre opresores y oprimidos en estas etapas del desarrollo histórico?

En el sistema capitalista, por el contrario, la opresión, que recurre sobre todo a la coacción económica, se encubre de mil formas, lo que se ve, en gran medida, facilitado por la doble “libertad” que el proletario adquiere en esta sistema social: la individual, dada porque no se le obliga a trabajar por la fuerza, y la de estar privado de todo medio de subsistencia, tras haberse visto sometido al violento despojo practicado en su contra durante lo que Marx denominó proceso de acumulación primitiva del capital. Por lo demás, allí donde puede y le conviene, el capitalismo no tiene reparo en combinar sus formas de explotación con las de los sistemas que le antecedieron.

Pero la historia no termina acá, porque el capitalismo metamorfosea la plusvalía (como valor no remunerado de una parte de la jornada laboral) en ganancia, con lo que se oculta que el dinero multiplicado o florecido que el capitalista adquiere al final de un proceso de rotación del invertido inicialmente, no deviene del capital constante (el invertido en medios de producción), sino del variable (justamente el que se invierte en fuerza de trabajo).

Hipocresía y medios de comunicación

No obstante, para preservarse, la explotación, en cualquier etapa de la historia en que se registre, recurre entre otras cosas a la mentira, la falsedad, la hipocresía. Sin embargo, es más que probable que, en los anteriores sistemas sociales clasistas, la hipocresía no haya llegado jamás a los límites tan profundos y extendidos a que llega ahora, en la moderna civilización occidental, que predica hasta los tuétanos el amor al prójimo, pero se apropia de los bienes de los pueblos, de su biodiversidad, de sus genes; les impone sus leyes a las que da carácter extraterritorial; patenta lo que la naturaleza y el hombre han creado (hasta creaciones milenarias de los pueblos como las poses de yoga); envenena y destruye el medio ambiente; interviene naciones para arrebatarles sus riquezas y reducirlas a su dominio y, por si fuera poco, las amenaza con el exterminio atómico.

La hipocresía que campea en la civilización actual, se ve enormemente facilitada por los medios de comunicación monopolizados por las grandes transnacionales, generadores de las más grandes apariencias, medias verdades, manipulaciones de la información y mentiras que la humanidad ha conocido. En definitiva, tecnología para mundializar, al nivel en que hoy se hace, la hipocresía y la mentira, no existía, ni por cerca, ni en el esclavismo ni en el feudalismo. De esta suerte, hoy la opresión olímpicamente se vuelve “libertad”, “democracia”, “justicia”, “oportunidad”, etc. Y viceversa, a la lucha contra la opresión y la marginación social y contra todo lo que amenace la soberanía y la autodeterminación de los pueblos, arbitrariamente se le llama “terrorismo”, se le penaliza, se le amenaza; así como se interviene al pueblo, nación o territorio que la libra, para luego imponerle un régimen de ocupación.

Así se explica que, en la superficie de las cosas, en el plano de lo que se ve, se oye o se escribe en los medios de comunicación masiva y en la múltiple producción literaria, cinematográfica o teatral, todo ello abrumadoramente en manos del capital internacional, con mucha insistencia se hable, directa o indirectamente, del amor, de la desinteresada ayuda al desarrollo del Primer al Tercer Mundo, de buena voluntad, etc. Pareciera entonces que este sentimiento abundara o cayera como maná del cielo sobre toda la especie humana. Mas lo cierto es que en la insistencia alrededor del tema hay, infinitamente, mucha más hipocresía que franqueza.

En una reciente reflexión, titulada “Estados Unidos, Europa y los Derechos Humanos”, Fidel Castro desenmascara la hipocresía de la Unión Europea en relación con Cuba y con toda América Latina: “La desprestigiada forma de suspender las sanciones a Cuba que acaba de adoptar la Unión Europea el 19 de junio ha sido abordada por 16 despachos internacionales de prensa. No implica en lo absoluto consecuencia económica alguna para nuestro país. Por el contrario, las leyes extraterritoriales de Estados Unidos y, por lo tanto, su bloqueo económico y financiero continúan plenamente vigentes”. Y a renglón seguido anota: “Esto se hace aún más evidente cuando coincide con la brutal medida europea de expulsar a los inmigrantes no autorizados procedentes de los países latinoamericanos, en algunos de los cuales la población en su mayoría es de origen europeo. Los emigrantes son además fruto de la explotación colonial, semicolonial y capitalista”.

¿Se puede esperar que en nuestra época reine el amor y la concordia entre los pueblos y sus opresores? Siendo francos, ni siquiera resulta deseable…

Entremos de lleno al punto del odio y del amor.

Amor y odio como sentimientos inseparables

El mundo en que vivimos está cargado de conflictos y antagonismos; hay explotados y explotadores; ricos y pobres; privilegiados y marginados; invasores e invadidos; saqueadores y saqueados; victimarios y víctimas. Y ello basta o es razón suficiente para admitir que, a la par del amor, junto con él y hasta de la mano con él, existe el odio.

El segundo de estos sentimientos es tan legítimo como el primero. No hablamos del odio visceral o irracional, tan despreciable como el amor profesado falsamente. Por el contrario, hablamos de uno tan sagrado como el amor verdadero: el odio racional*; ése que provoca, como el amor, el desborde de energías populares contra la opresión, las mentiras, amenazas, invasiones, ocupaciones; así como contra la ideología del individualismo, la competitividad y el mercado como valores supremos, aún y cuando estas cosas inmundas tengan ropaje científico, académico o espiritual; se enmascaren con la visión “estrictamente” técnica o aparentemente profesional; con supuestos éticos y transparentes; con el pretendido apoyo a los pueblos por parte de los ONG financiados por la CIA y otras agencias semejantes; ya no se diga, con las intervenciones “humanitarias” de la ONU o de la OTAN.

De esta forma, el amor de los de abajo no actúa separado del odio, sino combinado, bajo una misma estrategia y un mismo objetivo final: la plena realización de las aspiraciones ancestrales de la humanidad en su conjunto. En efecto, el que ama en verdad a la humanidad, a los pueblos, al prójimo en toda su profundidad, odia con todo su ser todo lo que les haga daño, oprima, saquee, engañe, prive de libertad o de bienes, liquide o amenace de muerte.

Con la claridad, precisión y franqueza que lo han caracterizado siempre, Fidel expresó una vez que los revolucionarios no albergan en su interior odios personales, sino hacia estructuras perversas como las capitalistas.

Expresando diáfanamente su amor por los pobres y su odio hacia los opresores e invasores, Sandino acotó ideas como ésta “¡el pueblo sabe lo que es justicia, y cuando se le niega se la toma!”. Lógico era pues que viera como algo muy natural que quien violara la soberanía de una nación estuviera “expuesto a morir en la forma que haya lugar”, porque “tal es el derecho que le asiste al verdadero patriota al defender su Patria”.

Jesús mismo, preguntémonos: ¿Que sintió hacia los profanadores del templo al darles de latigazos y al derribar sus mesas, monedas y asientos? Y el Viejo Testamento: ¿No establece acaso en uno de sus salmos que "Yahvé ama a los que odian el mal"?

Veámoslo ahora de otro modo: ¿Era amor acaso el que practicó la Inquisición con los que torturó y condenó a la hoguera? ¿Fue amor lo que movió al Vaticano a declararle la guerra a muerte los “impíos” musulmanes?

Expresiones de lucha de clases

Esa mezcla de amor y odio, ese ímpetu arrollador que ha impulsado e impulsa a los pueblos a enfrentar a sus opresores, a resistirles, a rebelarse en armas contra su dominio; esos procesos que implican enfrentamientos de mayor o menor magnitud entre mayorías y minorías; esa lucha que se extiende más y más por todo el planeta por un mundo mejor; la lucha contra las trasnacionales y sus medios; el repudio a la guerras que éstas desatan contra los pueblos; la batalla de las ideas que impulsan las auténticas fuerzas de izquierda en todo el orbe; la lucha por unir a los pueblos del mundo en proyectos como el del ALBA; el cierre de filas con los procesos libertarios e integradores que hoy se desenvuelven en Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y otros países de América Latina; la lucha de las FARC en Colombia, la resistencia heroica de los pueblos iraquí, afgano y palestino contra las fuerzas interventoras; la del pueblo iraní por mantener su soberanía e integridad territorial y evitar una intervención contra su país, todo esto y mucho más: ¿No es acaso parte integrante de la lucha de clases, lucha que, por cierto, no es ni invento, ni descubrimiento del marxismo, la más clara concepción científica del mundo?

Ciertamente, en este mundo, hoy por hoy, el odio y el amor, por un lado, se excluyen (cuando están en aceras opuestas); por el otro, se incluyen (cuando están a favor de una misma causa). En este caso, hablamos de los más caros anhelos de la humanidad por vivir en un mundo en el que el amor, la solidaridad, la hermandad dominen los corazones de todos los seres humanos y la prédica del amor se vuelva sobrancera por innecesaria. Al respecto, adviértase que es el futuro de la especie humana y no un simple deseo humanista lo que impone la necesidad de luchar con más fuerza que nunca en favor de ello. Y nuevamente es Fidel el que advierte las cosas: “O cambia el curso de los acontecimientos o no podría sobrevivir nuestra especie”.

* Gustavo Ortiz-Millán, del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, sostiene al respecto de emociones como el odio lo siguiente: “Las emociones son parte de nuestro pensamiento reflexivo porque son razones para actuar y para juzgar tanto como son las creencias, los deseos y las intenciones. De hecho, están entre las razones comunes que tenemos para actuar. Sin ellas, probablemente habría pocas razones para actuar”. Por ello: “más que perturbar la racionalidad, ciertas emociones pueden de hecho ayudarnos a desarrollar formas racionales de pensamiento”. (Ortiz-Millán, Gustavo. “Los enemigos y los efectos racionales del odio. Variaciones sobre temas de Plutarco”. http://dianoia.filosoficas.unam.mx/info/2004/53-Ortiz.pdf)

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