viernes, octubre 24, 2008

Frente a la torre, brigadistas censuran a votantes “a favor”

“Claudia Corichi, a favor”. “Uhmm”. “Guadarrama, sí”. “¡Chale!” En las bocinas sobre Paseo de la Reforma suena la sesión del Senado de la República, encerrados los legisladores no a piedra y lodo sino a tolete y escudo. Los brigadistas del Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo escuchan la sesión, en vivo, instalados ya con sus sillas y sus carpas, luego de los jaloneos mañaneros. “Ramírez Garrido, sí”. “¡Pinche Graco!” Los brigadistas escuchan los nombres y los votos de los senadores y no callan su voto de censura. “Carlos Navarrete, sí”. “¡Qué poca madre!”
Enfrente, la lateral de Reforma es ocupada por granaderos del Distrito Federal, en las primeras filas, y atrás por los robocop de la Policía Federal Preventiva.
Un anciano, armado con un letrero que reza: “También hay soldados y policías buenos”, platica con los uniformados. El jefe Hércules, de la policía capitalina, se pasea entre los perredistas que conoce y hasta da recomendaciones: “Contra el gas lacrimógeno no sirve el vinagre, sólo un pañuelo con agua”. Extraña paz en día tan ajetreado.
Paradojas del día de la jugada inexplicable, para muchos, de Andrés Manuel López Obrador. Mientras Claudia Corichi vota a favor, por ejemplo, López Obrador dialoga apaciblemente con Iván García Solís, destacado miembro de la corriente de la senadora Corichi.
Tiempo antes, al filo del mediodía, comienzan los gritos: “¡Ahí viene el Peje, ahí viene el Peje!” Y sí, llega la marcha de Xicoténcatl, donde no pudieron entrar los senadores a sesionar.
La policía cierra filas. Llegan más y más agentes federales, hasta hacer un cuerpo compacto que casi compite en número con los manifestantes.
Los primeros brigadistas se apretujan, enfrentan a los policías más a gritos que a empujones: “¡No es el 68, no es el 68!”
Los desplantes y la conciencia limpia
Adentro, los senadores se felicitan unos a otros. “Quiero reconocer al senador Graco Ramírez (PRD) por la tolerancia que demostró en los trabajos de la reforma; y por supuesto a mi amigo Rubén Camarillo (PAN), que con su pasión y conocimiento le dio rumbo a la reforma”, dice Arturo Escobar Vega, del Partido Verde.
Después de dar vueltas en autobuses, protegidos por centenares de policías federales que se apoderan del edificio conocido como Torre del Caballito, los senadores arrancan la sesión con el achique del adversario y la celebración de la fortaleza institucional del país. “Una golondrina no hace verano”, dice el invernal Francisco Labastida. Le aplauden y se explica: “Unos gritos y unos desplantes no rompen la vida institucional del país, el Senado tiene la fortaleza necesaria para resistir cualquier embate”.
Los embates de la resistencia civil son, ciertamente, para todos los senadores, pero sobre todo para los perredistas.
La marcha del Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo grita, como siempre, que “es un honor estar con Obrador”. Pero en el camino aparece otra palabra, dirigida a los senadores fapistas que van a votar favorablemente la reforma.
Los pocos diputados y algunos brigadistas que logran colarse a la torre, ya desalojados del salón, la sueltan cuando miran pasar a sus senadores. “Traidor”, les dicen.
Es una “falta de respeto”, dice en su defensa Graco Ramírez, que por un artículo, el número 60 de la ley de Pemex, se diga que no estamos frente a un triunfo “de las fuerzas democráticas que se opusieron a la privatización”.
Es “un despropósito”, sigue, y remata: “Estamos aquí, con la dignidad y la conciencia limpia”. Aplausos coronan su frase, su balance triunfal: logramos echar abajo los contratos de riesgo disfrazados, terminamos con los Pidiregas, etcétera. Insiste en el punto que causó el deslinde de López Obrador.
El día que las macanas legislaron
Poco antes de las 11, un autobús se estaciona sobre Reforma. En mangas de camisa, el coordinador de los senadores panistas mide el terreno mientras habla por teléfono. Luego, los azules entran sin mayores dificultades, pues hay pocos manifestantes y una sólida valla de policías.
Van decididos a votar, aunque al parecer todavía tienen que convencerse a sí mismos de que la reforma es un triunfo, pese a que los analistas afines al gobierno digan que Felipe Calderón cedió todo y que de su propuesta no quedó ni una huella. Lo hacen en voz del senador Camarillo:
“Estamos eliminando un antiguo tabú de que una reforma de Pemex era intransitable políticamente… Les pregunto y me pregunto a mí mismo: ¿Qué no ganamos? ¡Por supuesto que ganamos!”
Un par de horas antes, a pie y entre apenas unos 10 brigadistas del Movimiento Nacional en Defensa del Petróleo, había entrado Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública federal, quien dirige en persona el torpe operativo policiaco. Los reporteros de la fuente no recuerdan haber presenciado una sesión senatorial con policías dentro del salón.
“¡Qué vergüenza, de veras, que el jefe de la policía federal esté aquí ordenando quién entra y quién no entra!”, suelta en su turno la senadora Rosario Ibarra.
“¿Creen ustedes que es más importante que aquí anduviera como un policía más el secretario de Seguridad Pública, García Luna, en lugar de estar cumpliendo sus altas responsabilidades para garantizar el combate efectivo a la delincuencia organizada y al narcotráfico?”, pregunta en la misma línea Dante Delgado.
La mayoría de los oradores son, claro, del Frente Amplio Progresista. Hablan para insistir en las “doce palabras” que hubieran permitido el “consenso imprescindible” en esta hora del país, como Delgado, o para fijar su voto particular en contra, como Ricardo Monreal, quien defiende la toma de la tribuna y alude al “linchamiento mediático” de entonces que hoy está de nuevo en curso. La reforma es “insuficiente, incompleta e imprecisa”, resume.
Más de cuatro horas de espera dan para todo. Un joven grita que para los senadores que voten a favor “nunca más una candidatura por el FAP”. Otro informa que “los chuchos van a venir”. Se refiere al mitin de 4 mil personas que encabezó el presidente provisional del PRD, Guadalupe Acosta Naranjo.
No falta quien piense que “el movimiento está haciendo el ridículo”, aunque la mayoría ve la jugada como un movimiento que apunta al largo plazo: “López Obrador se mantiene como el verdadero opositor, exhibe al PRI y al PAN como la alianza de derecha, y siembra la duda sobre Nueva Izquierda y sus aliados”, se puede resumir de sus argumentos.
Donde es difícil hallar desacuerdo es en el futuro del PRD: “¿Vamos a seguir en un partido con los que llamamos traidores? Yo creo que no”, dice un perredista de la delegación Álvaro Obregón.
En todo caso, como dice López Obrador en su despedida de hoy, luego de citar para el domingo y el martes, día en que se reditará la protesta en la Cámara de Diputados: “Esto no se acaba aquí”.

1 comentario:

Gonzalo dijo...

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