lunes, abril 16, 2007

México mutilado

Francisco Martín Moreno

A mediados del siglo XIX, México era el segundo país más grande del mundo. Las ambiciones estadounidenses propiciaron una guerra de invasión a México para anexar parte de su territorio con la riqueza que se encontraba en él. Desde entonces, la intervención norteamericana de 1846 dejó una cicatriz rencorosa en el corazón de todos los mexicanos.

¿Cómo pudo perderse tan vasta extensión? ¿Cómo es que un puñado de militares conquistó dos millones de kilómetros cuadrados para su país? La respuesta no sólo está en la ambición expansionista que desde entonces distinguía al vecino país del norte, sino en un hombre: Antonio López de Santa Anna, un auténtico seductor de multitudes que, en colaboración con las altas esferas eclesiásticas de entonces y en contubernio con las autoridades norteamericanas, dejó a México atado de manos para que los norteamericanos se pasearan por todo el territorio, y se apropiaran de buena parte de él.

Dice el autor, en una entrevista de televisión en el canal 52 de México con los periodistas Carmen Aristegui y Javier Solórzano el pasado mes de diciembre, que su impulso para escribir este libro fue una inquietud que tenía desde que cursaba sus estudios primarios, cuando le enseñaron que los estadounidenses nos habían robado la mitad de nuestro país. Desde entonces se quedó con una intranquilidad que siempre lo persiguió.

El historiador comentó que la historia de México oficial hay que tomarla con reservas porque, como toda historia, la escribieron los vencedores. Fue redactada en buena parte por representantes del clero católico que, con tal de impedir que se divulgaran sus infamias, nos ocultaron la verdad.

Francisco Martín Moreno indicó que la investigación histórica para su libro le llevó ocho años, pero se sorprendió cuando lo terminó en tan sólo cuatro meses. Esa rapidez se la atribuye al coraje e irritación que le provocó el ir desnudando cada vez más una historia de absurdos, en la cual Antonio López de Santa Anna intervino de manera lacerante.

El autor dijo que se llenó de rabia al descubrir que Santa Anna mandó a Estados Unidos a Alejandro Atocha como embajador, para conferenciar con el presidente de Estados Unidos, para indicarle cómo ganar la guerra en dólares. También dijo que se llenó de indignación al saber que la Iglesia Católica entregó nuestro país a cambio de que se respetara su gigantesco patrimonio y organizó la rebelión de los “polkos”

Cuando el autor leyó el diario del presidente norteamericano James K. Polk, donde comenta que como jefe de la Casa Blanca recibió a Alejandro Atocha de parte de Santa Anna, quien le pidió 30 millones de dólares a cambio de perder la guerra y entregar definitivamente Texas, Nuevo México y California, no le quedó duda de que Santa Anna era un terrible traidor.

Al leer México Mutilado, descubrimos a un Antonio López de Santa Anna Pérez de Lebrón como un fervoroso imperialista, un fanático republicano un convencido federalista, un irreductible centralista, un apasionado juarista, un feroz antijuarista, un arrebatado monárquico, un iluminado clerical, un disimulado jacobino, un fecundo liberal y un conservador extremista, un gran traidor con cara, a veces, de patriota, un millonario y miserable, poderoso y perseguido, héroe y villano: en fin, un político mexicano, defensor de cualquier corriente política a la que se adaptaría en el momento más preciso.

Santa Anna hizo todo lo posible por perder todas las batallas. ¿Por qué teniendo de rodillas a Taylor en la angostura, Santa Anna abandonó al otro día el campo de batalla, cuando sólo faltaba darle al enemigo, casi rendido, un sonoro tiro de gracia? ¿Por qué en la batalla de Cerro Gordo hace caso omiso a las recomendaciones de sus generales y prácticamente entrega al enemigo las topas mexicanas? ¿Qué nos esperaba a los mexicanos peleando contra un ejército poderoso y un traidor al frente de las fuerzas nacionales?

El lector norteamericano se sorprenderá al leer las discusiones de la cámara de representantes, cuando los miembros abolicionistas estaban en contra de la anexión de Texas, ya que sus pobladores estaban a favor de la esclavitud. También se sorprenderá al saber que cuando México se encontraba derrotado, la Unión Americana pudo haber anexado no sólo a Texas, Nuevo México y California y establecer su frontera en los límites del río Bravo, sino que se pudo haber quedado con todo México como Walker, el secretario del tesoro durante la presidencia de James K. Polk, lo sugería. Sin embargo, la tesis de All México no prosperó en la cámara de representantes ¿Por qué? La pregunta puede responderse con una sola palabra: racismo. El congreso rechaza la anexión de todo México porque, a decir de los representantes, el ingreso de más territorios implicaría absorber gente de otras razas. Dijeron que el mestizaje era un atraso. También dijeron: “Apartémonos de la toxicidad. Si no anexamos a todo ese país es por los millones de indios que todavía existen ahí. ¿Vamos acaso a matarlos a todos tal y como lo hicimos con los cherokees, los apaches, los sioux y los comanches? ¡Nos condenaríamos! Dicho de otra manera, si México no desaparece de la geografía, es en razón de sus indios. No los deseamos. Los despreciamos. Quedémonos nada más con los grandes territorios casi despoblados desde la aparición del hombre sobre la faz de la tierra…” (p. 530)

¿Quién les diría a esos norteamericanos que la raza blanca y caucásica sería minoría en esos mismos territorios hoy en día? ¿Cuántos norteamericanos conocen lo que escribió Ulises S. Grant, presidente de Estados Unidos (1869-1876) en sus memorias?: “Yo no creo que jamás haya habido una guerra más injusta que la que los Estados Unidos hicieron a México. Me avergüenzo de mi país al recordar aquella invasión. Nunca me he perdonado el haber participado en ella…” (p. 439)

Una vez terminada la guerra un periódico norteamericano publicó en su primera plana: “La derrota de México nos conducirá a una guerra civil entre estados abolicionistas y esclavistas. Nuestro país estallará en mil astillas en una pavorosa conflagración racial originada por la anexión de los territorios propiedad de nuestro vecino del sur. James K. Polk, el mendaz, un hombre en el que nadie debe creer… Él nos mintió e inició una guerra innecesaria e inconstitucional. Ahora todas las naciones pensarán que a Estados Unidos lo mueve un sentimiento de rapacidad. Nosotros y no él, pagaremos las consecuencias externas e internas…” (p. 523)

Por otra parte, los mexicanos que leemos el libro de Francisco Martín Moreno, llegamos a la terrible conclusión de que no fuimos derrotados como nación ya que no éramos una nación. Éramos sólo un amasijo de territorios sin una verdadera conciencia nacional, gobernados por un “Napoleón de opereta” llamado Antonio López de Santa Anna. En México existían muchos traidores que soñaban con ser gobernados por un príncipe extranjero como finalmente sucedió con Maximiliano. Existía un clero capaz de vender indulgencias al mejor postor y convencer a los fieles de que era preferible ser gobernado por los norteamericanos ya que ellos prometieron respetar los bienes eclesiásticos, que en aquel entonces formaban más de la mitad de la riqueza de México.

Faltarían muchas guerras internas y externas para consolidarnos como una nación, tendríamos que terminar con el gobierno de Maximiliano y derrotar a los franceses en la batalla del 5 de mayo para empezar a sentirnos como mexicanos. La Revolución Mexicana nos dio unidad y conciencia de país, ya no fuimos más los del norte o los del sur, sino un solo México.

México Mutilado es un grito de denuncia, de rabia, de impotencia ¿Por qué los mexicanos hemos hablado tan escasamente de la guerra de 1836 contra los Estados Unidos?

¿Cómo explicar la recepción popular brindada a Winfield Scott, el victorioso general norteamericano, cuando llegó hasta la plaza de la constitución entre vítores y aplausos provenientes de los balcones repletos de aristócratas mexicanos? ¿Cómo explicar a un pueblo predominantemente católico que la iglesia de entonces estuvo aliada a nuestros invasores porque los militares norteamericanos le garantizaron no atentar contra sus bienes ni contra el ejercicio del culto a cambio de que convencieran a los feligreses mexicanos de las ventajas de la rendición incondicional? ¿Acaso hoy, a casi 160 años, los mexicanos somos más unidos, más cultos, más preparados y hemos disminuido la distancia que nos separa de Estados Unidos? Quien no conoce su historia está condenado a repetirla.



http://flan.utsa.edu/labrapalabra/no3/resena.html

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola muchas felicidades por tu Blog y tu crítica del libro de México Mutilado el cual ya tuve la oportunidad de leer al mismo que el de México Secreto.

Felicidades y que MUERA EL GOBIERNO USURPADOR!!!!.

HASTA SIEMPRE

Anónimo dijo...

fco martin moreno interpreta mal a santaana,santaana es un heroe nacional,y lastima que no estuve cuando fco martin moreno se orino en la tumba de santana Pag 154 en su mexico mutilado,porque yo lo habria hecho pedirle perdon a santaanna,no es lo mismo orinarse en una tumba, que empuñar un fusil para defender a mexico de un enemigo invasor.
por ultimo les recomiendo el santaana de mexico de will fowler