lunes, noviembre 12, 2007

JUAN CARLOS I, EL REY PANDILLERO

De golpe, como un milagro, una imagen define todo. El sentido exacto de las
cosas más allá
de todo simulacro y toda confusión. Lo que el mundo entero ha visto en la
Cumbre Iberoamericana de Chile es la encarnación de lo imposible: Un matón
de barrio, un pandillero al mejor estilo de la falange, el rey de España
Juan Carlos I, amenaza al presidente de una república americana y se va de
una conferencia entre supuestos pares porque no consiente, simplemente, que
los “inferiores” hablen.

Lo que cualquier humano de dos patas sabe sobre cualquier banda de
criminales callejeros. Esto es lo que ha pasado. Que antes del linchamiento,
los delincuentes te señalan con el dedo, que luego te dicen que mejor te
calles y que al final, si pueden, te acaban: Con un balazo o una paliza. Y
esos tres movimientos exactos, públicos, bajo la luz del sol republicano,
destruyendo todas las convenciones diplomáticas que inventó tiempo ha el
liberalismo, esto es exactamente lo que ha hecho el hombre que ni tan
siquiera juró la constitución española porque antes había jurado los
principios fundacionales del movimiento nacional.

Retengan cada escena porque es el ritual de todo crimen: Hugo Chávez está
diciendo que Aznar es un fascista y habla de los empresarios españoles. El
rey se mueve inquieto. Se percibe algo. Y de golpe, primer acto, el aviso
verbal: “Tú”, combinado con la amenaza corporal, el fabuloso lenguaje del
gesto gangsteril: señalar con el dedo. Contextualicen: Ante los jefes de
Estado de América Latina, un supuesto par, el jefe del Estado español,
designa a la víctima y la marca con su dedo inquisidor. Primer aviso. No te
pases o recibirás lo tuyo.

Después, segundo movimiento, harto de este igualado, este peón de hacienda,
este indio malhablado, el aristócrata mete la directa y lanza la única frase
que no es concebible en ningún escenario mundial: “¿Por qué no te callas?”.

Hacerte callar, “poner en su sitio” u ordenar tu silencio es una de las más
sagradas tradiciones del añejo fascismo español, el colmo de todo grande de
España, licenciado, cacique, guardia civil y del lumpen que les rodea. Las
bandas de la porra, los carlistas, los rondines fascistas. El delirio
fastuoso de la oligarquía por la gracia de dios. Una raza de bárbaros
analfabetos que acaban con cualquiera que ose simplemente hablar. Expresar
un pensamiento. La verdad, por ejemplo. Y un asesino vestido de monarca
amenaza, con la clásica chulería del señorito y el hacendado, a un
presidente americano.

Y al final, el tercer movimiento. La definición perfecta del horror. Ya que
otro jornalero aunque presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, sigue con las
insolencias anthispánicas, Juan Carlos I, un señor que nadie ha elegido y
que es sucesor legal e hijo putativo de un genocida, se levanta de su silla
y se va de una reunión internacional. Toda la mugre periodística y
televisiva, el populacho y las comadres, aplauden a este rey que tiene un
par de cojones y expresa sus sentimientos.

Falta para el cuadro de terror final la nota diplomática del ministro de
Exteriores español para que Chávez recapacite y la de un presidente del
gobierno español que en vez de exigir al rey que pida disculpas a sus dos
homólogos americanos dice que hasta aquí podíamos llegar. Y la unión
patriótica de toda la chusma con el Rey, con Aznar, con Zapatero y con la
madre que los parió.

Y les digo que cualquier ser humano que existe sobre la Tierra, sobre estas
tierras que el imperio hispánico marcó con sangre, fuego y terror, debería
saber a quién representa este sujeto disfrazado de rey: Una vieja raza de
rancio abolengo, sí, pero de puros demonios, lobos vestidos de corderos,
caníbales, engendros. Insectos sagrados. Poderosas cloacas, demasiado
antiguas, demasiado triunfales, que han vivido de aterrorizar a todos los
españoles que de verdad llevan siglos luchando por una igualdad auténtica.

Y digo yo también que a estas alturas de la partida, todo queda clarito. O
sea que ya sabemos de donde aprendieron los golpistas americanos el
matonismo y el arrojo homicida. De donde salen todos los beatos histéricos y
las camadas de hienas que yo descubrí en México antes y después del fraude
electoral del 2006. De todos los que jalaban, exigían y rezaban por la
muerte de Salvador Allende y siguen pidiendo más paredones. Sólo que hasta
ahora no quería enterarme de que el propio rey de España también sueña con
matar, hasta con sus propias manos, a cualquier verdadero presidente que se
atreva a decir y a hacer. Como aprendió de su padre, Juan de Borbón, que se
enojó un montón cuando Franco le dijo que no se viniera a matar rojos en la
guerra porque algún día sería el rey de la simulación, o de la
“reconciliación” y no puede un monarca disfrutar mandando españoles a los
camposantos. Al menos públicamente. Hasta el sábado 10 de noviembre del 2007
cuando el Borbón mostró su talante criminal al mundo.

Pero así es nuestro fastuoso hispanismo. Tiene su propio jardín secreto o la
felicidad de callarte la boca y sus maravillosas consecuencias, entre las
cuales robarte, violarte y asesinarte con el clerical añadido que además las
víctimas de su poderío deben pedir perdón e hincarse de rodillas ante la
divinidad de estos cerdos.

Y esto explica porque la guerra civil española fue una lucha a muerte, sin
tregua posible. No cabíamos juntos en este mundo. Sólo el triunfo de los
pandilleros del general Franco, el hombre a quien el abuelo de éste, Alfonso
XIII, preparó para dirigir el exterminio de sus súbditos, sólo, digo y
afirmo, sólo su incuestionable triunfo, el genocidio exterior e interior de
los ciudadanos españoles, explica que este canalla de Juan Carlos I se
atreva a amenazar ante los ojos de todos a un presidente republicano.

Sin rodeos: Este dedo inquisidor y este orden de silencio son las mismas que
precipitaron el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Luego, estos
bravucones pasaron a la acción y el final lo saben todos.

Aquí termino. Sólo digo que gracias a escenas como ésta me acuerdo de que la
guerra no ha terminado del todo y que algunos ciudadanos de este país nos
acordamos de Javier Mina, aquel caballero que vino de nuestras tierras para
luchar por la independencia de México. Y que yo, como otros, sueño y trabajo
para que energúmenos como éstos acaben donde deben: en la prisión, en el
exilio o en el cadalso, como merece este supuesto monarca que demostró ayer
al mundo por qué no debe vivir entre humanos.

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