Pedro Echeverría V.
1. Los discursos y declaraciones del rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) tienen un enorme peso en el país porque ésta es una institución que agrupa a cerca de medio millón de estudiantes, académicos y trabajadores; pero también porque el contenido de muchos de ellos suelen convertirse en denuncias públicas sobre la realidad que vivimos. Más en México porque los que ocupan cualquier cargo –por más pequeño que fuera- se pasan el tiempo defendiendo y halagando a sus autoridades superiores al mismo tiempo que silencian o esconden los terribles males del sistema. Incluso la clase política y sus partidos electoreros –que viven extremadamente bien- dedican sus discursos a criticar errores, pero se cuidan de no ir al fondo de los problemas para no afectar a sus propios intereses.
2. El rector José Narro señaló ayer en Guanajuato: "Después de 200 años de vida independiente, los mexicanos vivimos atrapados por la desigualdad, y en busca de la modernidad y la democracia". Dijo que de 1808 a la fecha se ha incrementado a más de 100 millones de mexicanos; pero "en el México de hoy, casi la mitad de la población vive en pobreza, y de ese total, 19.5 millones de mexicanos padece pobreza extrema". Cuestionó que la independencia, la revolución, la modernidad, el llamado desarrollo estabilizador, la apertura económica y la democracia, no se hayan traducido en equidad social y aproximó una respuesta seria, real e histórica: "la disparidad social que se percibe es por la injusta repartición de la riqueza en el país". Sin embargo estos discursos se convierten en repetitivos al no estar respaldados en la práctica.
3. Lo que el rector señaló lo hemos dicho muchas veces desde la oposición política sin que nadie nos haga caso, pero que el rector de la UNAM lo diga o lo reconozca sirve para demostrar que siempre desde la izquierda hemos tenido la razón. Cuando Narro señala lo que grandes "personalidades" silencian: "6 millones de mexicanos no saben leer ni escribir; 7.5 millones de jóvenes mexicanos no tienen la posibilidad estudiar o trabajar; 10 millones de mexicanos no cuentan con empleo permanente; 20 millones de mexicanos no tienen acceso a servicios públicos de salud; de los 9 millones de indígenas censados en México hasta el año 2000, el 9 por ciento son niños, entre 6 y 14 años, que no acuden a la escuela", la opinión pública nacional y de otros países se entera de la situación que realmente vive el país, frente a una intensa publicidad de lo contrario.
4. Pero, del otro lado -a pesar de sus discursos y declaraciones- se sigue presentando al rector de la UNAM como un personaje de derecha, sobre todo entre los estudiantes y profesores en el interior de la propia universidad. En México se dice: "candil en la calle y oscuridad en la casa", es decir, el rector ha denunciado muchas realidades negativas en la economía y la política nacional con el objetivo de plantear cambios de fondo; pero –según se dice y se puede probar- dentro de la UNAM no cambian las estructuras de poder que impiden una vida participativa y democrática dentro de la máxima casa de estudios del país. Me tocó vivir como profesor 12 años en la UNAM (el final del rectorado de González Casanova y todo el periodo de Soberón Acevedo) Por más batallas que dieron los estudiantes y dimos los profesores la estructura autoritaria de la UNAM siguió siendo la misma.
5. Esto me ha llevado a pensar que –con excepción de pequeñas reformas ridículas, muy engañosas- nada podrá cambiar de fondo si no se transforma de raíz la economía, la política, la manera pensar de gobernantes y población del país. Así como nada trascendente puede hacerse en la UNAM para cambiar objetivos, planes y programas, tampoco en estado de la República alguno podrán hacerse cambios profundos sin que antes el país registre una revolución radical. Lo se ha observado siempre es que se realizan pequeños cambios, a los que siempre se les da espectacularidad, para que todo siga igual. Así pasan los años, las décadas, los siglos y pareciera que nos movemos en un círculo en el que cada vuelta son las mismas cosas. Aquellos cambios dialécticos en espiral, en el sentido de que siempre arribamos al progreso, quedaron en la ilusión.
6. Las batallas defensivas locales, "muy concretitas", están bien para desarrollar la conciencia de lucha, pero pronto son reprimidas, absorbidas y derrotadas por la poderosa clase gobernante o empresarial. A estas pequeñas batallas hay que darles carácter nacional e internacional para que no mueran por cansancio. La historia mundial ha demostrado que si a una lucha local de los trabajadores no se le ayuda a entender su carácter limitado y no se le ubica en su carácter de clase nacional por lo menos, realmente sirve de poco. Quizá por eso las luchas estudiantiles de la UNAM, la UAM, el Poli, aunque sean de decenas o cientos de miles de jóvenes, no han podido lograr todos sus objetivos. Ninguna batalla contra la opresión debe ser solamente estudiantil, obrera, campesina o ciudadana; todas tienen que estar abiertas a la unidad de otras fuerzas.
7. Las denuncias del rector Narro deben ser apoyadas, pero se quedarán en el campo de la demagogia si al mismo tiempo no se hace nada para instrumentar los cambios de esa terrible realidad que se hace pública. La UNAM podrá convertirse en vanguardia de un gran movimiento nacional si es consecuente en reconocer que el país y sus trabajadores –en su bicentenario- siguen viviendo tan mal como hace dos siglos. Basta ya de luchas aisladas de estudiantes, electricistas, mineros, oaxaqueños, guerrilleros y ciudadanos de la llamada sociedad civil. Para que las cosas cambien en el país las pequeñas batallas aisladas sirven muy poco y suelen producir muchas pérdidas de luchadores sociales. Nuestros proyectos –incluso en nuestras batallas defensivas- deben ser nacionales dentro del contexto internacional. ¿Se puede olvidar que los imperios imponen sus políticas?
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